La Cofradía de San Gregorio de Logroño
El 3 de diciembre de 2015 se constituyó oficialmente la Cofradía de San Gregorio de Logroño, creada por un grupo de amigos de muy variadas profesiones y actividades a los que nos unía, principalmente, una especial preocupación por la cultura y el arte. Movidos por la convicción de que juntos podríamos realizar más actividades o más importantes, nos acordamos de aquellos primeros cofrades que bajo la advocación de este santo, se unieron en torno a una Cofradía similar hacia el siglo XIII según relata don Gaspar García de Miranda y Argaiz, obispo de Pamplona, en un libro que escribió en el año 1754 sobre la vida de san Gregorio, obispo de Ostia, y que en una de sus páginas relata: “El fundamento de esta tradición es la grande antigüedad, que tiene la insigne Cofradía de San Gregorio Ostiense fundada en su Iglesia: es tan antigua según asienta el Maestro Salazar, que se hallaba erigida por los años de 1298 y esta misma Cofradía y sus Constituciones se confirmaron por el Señor Sixto V en el año de 1587”. Con todo este “bagaje histórico” y muchas ganas de hacer historia nos pusimos en marcha.
En aquel inicio de diciembre, 23 cofrades fundadores -atendiendo al guarismo de la suma de la fecha de la muerte del santo 9+5+1044- firmamos el Acta Fundacional en el Café Moderno de Logroño, y aprobamos unánimemente unos Estatutos en los que figuran que los fines de esta Cofradía son “conocer, investigar, mantener y divulgar las tradiciones culturales de La Rioja. En particular la historia de personajes, que por su nacimiento o por su relación con nuestra Comunidad, sea de interés para fomentar su divulgación”, sin olvidar que, con la vista puesta en el futuro, quedó por escrito que “en la Cofradía tendrán cabida todas las personas de buena voluntad, tanto mujeres como hombres, de cualquier credo o condición, que muestren respeto a san Gregorio y un cariño a nuestras tradiciones”.
Tenemos como distintivos de la Cofradía la medalla que lleva en su haz la imagen de san Gregorio con el texto “San Gregorio. Logroño” y en su envés la fachada de la ermita chiquitita que rinde honor al santo en la calle Ruavieja, paso obligado del peregrino que entra en Logroño y la recorre a través de su casco antiguo. Y junto a ella los cofrades lucen una capa y una boina, ambas de color azul.
La Cofradía es gestionada y representada por su Junta Directiva integrada por su presidente, secretario, dos vicepresidentes, tesorero y cinco vocales. Además cuenta con cofrades de Número, los que se han unido tras la fundación, y cofrades de Honor o de Mérito, título destinado a aquellas personas que por su prestigio o por haber contribuido de modo relevante a la dignificación y desarrollo de la Cofradía, se hagan acreedores a tal distinción.
La presentación ante la sociedad de esta Cofradía se realizó en nuestra sede, el logroñés Café Moderno, el 2 de marzo de 2016, una vez cerrado el proceso de inscripción registral de la misma. Inmediatamente presentamos a la sociedad logroñesa una exposición de fotografías sobre san Gregorio y su entorno en Logroño y la publicación de un libro con el título ‘San Gregorio Ostiense, sanador de campos’ cuyo autor es el cofrade Antonio Egido, publicado por Diego Iturriaga de editorial Siníndice. En esta publicación se recogen los siguientes datos del santo.
San Gregorio Ostiense
Intentar reconstruir la vida de Gregorio es complicado, teniendo en cuenta que salvo su etapa española, poco conocemos del mismo. Nada se sabe de su nacimiento, ni siquiera quiénes fueron sus padres. Aunque su primer historiador, fray Andrés de Salazar, nos dice que ingresó en el instituto de los benedictinos, en Roma, en el convento de San Cosme y San Damián; que tras la muerte de don Martino, abad de dicho monasterio, ocurrida en el año 998, fue elegido su sucesor afirmando que “desempeñó el cargo con tanto celo, prudencia y suavidad que pronto la disciplina monástica brilló en el monasterio, debido a sus sabias exhortaciones, a sus muchas virtudes y a sus edificantes ejemplos”.
En su nueva dignidad de abad, tanta fama consiguieron sus diarias virtudes que traspasaron las paredes del convento y llegaron a los oídos de Giovanni Fasano, el papa Juan XVIII, quien le designó obispo de Ostia –el puerto de Roma y una de las llamadas diócesis suburbicarias– por una Bula expedida en el año 1004. Unos años después fue elevado al cardenalato. Además está por escrito que Juan XVIII le encomendó la biblioteca del papa, cargo que desempeñó con acierto y sabiduría y en el que sirvió Gregorio a tres papas más: Sergio IV, Benedicto VIII y Juan XIX.
Su viaje a España, primera teoría
En muy diferentes textos leemos que Gregorio Ostiense vino a España en la primera mitad del siglo XI, pero dos son las diferentes explicaciones sobre el motivo por el que lo hizo.
Una primera apunta que llegó como Legado papal ante las Cortes de Burgos y Pamplona enviado por el papa Benedicto IX (1033-1044 en su primer mandato), también conocido como “el papa niño” por la edad temprana con la que accedió al cargo, gracias a que su padre el Conde Alberico III, sobornó a toda la Curia para que lo eligieran.
El defensor de esta teoría es fray Justo Pérez de Urbel y argumenta que muy probablemente tuvo que ver su envío desde Roma por cuestiones relativas a la organización eclesiástica de España en una coyuntura en la que se hacía muy necesaria la determinación de los límites de las diócesis que eran origen y fuente de numerosos conflictos, no sólo por interferencias de jurisdicción episcopal, sino también por la pertenencia a distintos soberanos. Ello conllevaba negociaciones con los reyes y con los obispos interesados, y para esa labor hacía falta un hombre con “tacto político y gran sentido eclesial”.
Segunda teoría
Está recogido en escritos que en aquellos años se sucedían diferentes plagas, tomando especial protagonismo la langosta que invadió la ribera del Ebro, de forma especial en Navarra –lo que hoy es La Rioja se repartía entonces entre Navarra y Castilla– que fue atacada por estos insectos, de forma que los campesinos asistían, sin poder poner remedio, a la devastadora labor de la langosta en sus muy abundantes y fértiles campos. Reunido el Consejo del Reino con los obispos de Pamplona y Nájera, decidieron enviar una embajada navarra ante el santo padre Benedicto IX, audiencia en la que solicitaron consejo y auxilio.
El papa ordenó diferentes rogativas y al final de las mismas, durante la noche “se apareció un ángel al Sumo Pontífice y le dijo, que el único remedio de destruir la plaga, era mandar a España al virtuoso Gregorio”. Igual sueño tuvo otro cardenal y “reunido el cónclave, quedó decretado que Gregorio se pusiese inmediatamente en camino”.
Llegada de Gregorio Ostiense desde Roma
De esta forma, Gregorio, montado en una mula y acompañado de los comisionados, pasó el Pirineo y se presentó en España. Tenemos anotado que Gregorio llegó a la ribera del Ebro en el año 1039, con una edad cercana a los 60 años para librarla de la plaga. La labor apostólica de Gregorio comenzó por Calahorra y siguió por Logroño al que “el pueblo le esperaba con gran impaciencia y le pedía entre lágrimas que los librase también a ellos de la plaga de la langosta”. Así lo hizo y esta gesta fue agradecida por los nobles logroñeses, hospedándole en la Ruavieja. La fama del obispo subió muchos enteros, lo que le obligó a recorrer la actual Rioja Alta, donde conoció a Domingo de la Calzada, quien se convirtió en su discípulo y con el que predicó la reforma de costumbres en todos los pueblos.
Muerte de Gregorio
Fray Mateo de Anguiano dejó escrito en su “Compendio” que “supo el santo el día y hora de su muerte, y viendo que se acercaba, se fue a la casa de aquel piadoso logroñés que le hospedó la primera vez, hallándose ya acometido de unas malignas calenturas, que brevemente le consumieron la vida. Previose con los santos sacramentos y como se acercase la hora de salir de este destierro, llamó a sus santos compañeros y les dio consejos saludables y la última bendición”. Según ratifican diferentes autores, a los cinco años de su peregrinaje por España, Gregorio volvió a Logroño, donde se vio acometido de fiebre y unas malignas calenturas, que provocaron su muerte. Está fechada la muerte de Gregorio el 9 de mayo de 1044.
Está escrito por José Manuel Pascual y Hermoso de Mendoza que “conocida la noticia de su muerte por los obispos de Nájera y de Pamplona, ambos recabaron su cadáver para darle sepultura en sus respectivas catedrales. El de Nájera porque había muerto dentro de su Diócesis y el de Pamplona porque su fallecimiento se había producido dentro del Reino de Navarra. Sin embargo su cuerpo no fue enterrado ni en la catedral de Nájera ni en la de Pamplona, sino que fue sepultado en Piñalba, montículo del valle de Berrueza, del obispado de Pamplona”.
La tradición popular indicaba, y así nos ha llegado hasta la actualidad, que Gregorio dejó encargado a sus discípulos que, una vez muerto, pusieran su cuerpo dentro de una caja, sobre la mula que le trajo de Roma, a la que habían de dejar en libertad y el lugar donde cayese por tercera vez, cansada del peso, sería el lugar donde habrían de enterrarlo.
Este deseo se cumplió y la cabalgadura con el cuerpo del cardenal salió de Logroño atravesando algunos de los pasos sobre el Ebro, internándose en Navarra, por el mismo camino que los peregrinos recorrían hacia Santiago, subiendo por la cuesta de Munilla. Pasó por la villa de Los Arcos al lugar de Mues, cerca de la cual cayó el caballo por primera vez a orillas de un arroyo que pasa por el pueblo, y levantándose, subió una cuesta que se alza sobre Sorlada, en medio de la cual cayó por segunda vez, para llegar a una ermita llamada de San Salvador en el alto conocido como de Piñalba o según otros escritos, al castillo de San Salvador de Piñalba, que coronaba el cerro y fue construido por Sancho IV el Mayor de Navarra, según la costumbre de situar los castillos en alturas dominantes para defender los territorios de la invasión musulmana. Agotada por la caminata cayó el animal reventado por el esfuerzo.
En ese punto en el que el animal hizo su tercera parada, tiene actualmente su santuario el abogado del pulgón, la langosta y otras alimañas nocivas a los campos, y a él acuden los devotos, persuadidos de que el agua que se pasa por las reliquias del santo tiene la virtud, diciendo la oración a él delicada, de exterminarlas al momento. En 1044, y en aquel lugar, tenemos recogido que vivía un ermitaño que recibió con gran alegría el cuerpo de Gregorio al que dio cristiana sepultura, si bien no lo dejó indicado por lo que -leemos en diferentes escritos-, se perdió el lugar exacto de su sepulcro. En palabras de fray Mateo de Anguiano “vivía entonces haciendo penitencia un gran siervo de Dios, quien cuidaba de ella, y de gran copia de reliquias de santos, que muchos siglos antes retiraron allí los cristianos de la ciudad de Cantabria, cuando la destruyó Leovigildo el año de 572”. No obstante también hemos encontrado el dato de que fueron sus discípulos, cumpliendo la voluntad del santo, quienes enterraron el cuerpo de Gregorio en lo alto del cerro.