Los toros y las letras (7) El ascenso de Ureña (2) (Madrid, 2015)
A partir de la confirmación de alternativa en agosto de 2013, Paco Ureña comienza a mostrar su tauromaquia a medida que le van contratando, con un toreo, el suyo, que es moderno por tradicional y que es nuevo por ajustarse a las normas más severas. Muchas de sus cualidades más distintivas están atravesadas 1) por su verticalidad (sin menoscabo de manifestar saber abrir el compás cuando, hacia adelante, hay que someter al toro: de ahí la largura del pase y la mano baja), 2) por su colocación, con la cargazón de la suerte en el centro de su concepción táurica (la pierna de salida adelantada como demandaba el maestro Domingo Ortega, de quien toma Ureña el avance, la profundidad, en el ramillete de pases de cada tanda), 3) por el mando en la embestida del toro (que surge de esa colocación particular de Ureña, de su mano baja y de cargarle la suerte al toro en todo momento), 4) por el remate de los pases hacia adentro, sin eludir ligarlos por llevar al toro muy toreado tras cada remate, con un leve giro de los talones y 5) por el temple, al conducir al toro, expuestos sus cuernos, prendidos en la panza de la muleta, a milímetros de ella, que la quieren coger pero no pueden.
Este apartado técnico del toreo de Paco Ureña lo fue interpretando de manera creciente desde ese año que hemos señalado, 2013, hasta una primera explosión de su destreza en 2018, con Madrid, como epicentro, pero no única plaza en la que fue asentando su renovado (por eterno) arte de torear. El valor, la consistencia, la pureza y la verdad, por extensión, formaban parte de su personalidad taurómaca, que suponemos se inspira en un carácter riguroso, recto y cabal. En la particular carrera de Ureña hay que mencionar que la mayor entereza la alcanza con las ganaderías más difíciles, encastadas y vibrantes.
En esto nos recuerda lo que opinaba el maestro de Borox: «el toro tiene que suponer siempre un peligro; sin peligro no hay arte». Así, el toreo de Ureña, siguiendo a Ortega, no se basa en dar pases sino en torear, y con exposición, midiéndose a esas ganaderías (hoy denostadas por los toreros de relumbrón) que confirma su conocimiento del toro (esencia del toreo antiguo y en declive en el toreo moderno: Ureña, como algún otro gran torero todavía cercano a nosotros —el primer Cid, por ejemplo— constata en tales carteles que entiende al toro).
De esta etapa suya central de la que estamos hablando (2013-2018), elegimos como documento que confirma la atmósfera alcanzada por Ureña —en este caso en Las Ventas— lo publicado en El País, por Antonio Lorca, un crítico que ha entendido a Ureña, sobre la actuación del torero lorquino en la feria de Otoño de 2015 (5 de octubre), ante toros de Adolfo Martín; concretamente lo que hizo en el sexto toro de la tarde (donde hubo rotundidad y hondura, por la cargazón de la suerte en todo momento):
«Los muletazos surgieron largos, suaves y profundos en una primera tanda de derechazos de alto voltaje. Grandes y templadísimos brotaron los naturales, rubricados después con otra tanda, de frente, con la mano zurda, honda, emotiva, hermosa y magníficamente abrochada con un largo pase de pecho. Otra más, hubo, del mismo tenor, con la plaza extasiada, arrebatada y conmovida por la visión del toreo más grande siempre soñado.
Unos ayudados por bajo, largos, sentidos, eternos, fueron el punto final a una de las faenas más bellas que se hayan visto en esta plaza».
El camino de Ureña hacia su cumbre en Bilbao en 2019 será evocado en el próximo capítulo.