Los toros y las letras (5) La amistad es grandeza si hablamos del torero riojano Diego Urdiales (y 3)
Como no podía ser de otra manera en la novela Los amigos (2020) de Ánjel María Fernández, también se describe el concepto de toreo desde el punto de vista del propio artífice, Diego Urdiales, protagonista de la novela. El escritor refiere que el ideario taurino del matador riojano que se refleja en Los amigos surge de conversaciones que ambos tuvieron en otros tiempos. La teoría taurina de Urdiales está íntimamente unida a su trayectoria, a la historia que el torero fue viviendo desde que toreó por primera vez en público en 1988. La base de su toreo, aparte de cimentada en las actuaciones, da a entender Urdiales que fue obteniéndola y limándola en el toreo de salón. Un tipo de entrenamiento que considera «dificilísimo» de ejecutar, y desde el cual se puede adquirir la dimensión técnica que todo torero exhibirá ante un toro, pues, nos dice: «lo que no puedes hacer de salón no puedes hacerlo en la plaza».
Un apartado fundamental de la teoría y de la práctica taurina, según Urdiales, y desde el cual se clarifica un estilo y una forma de torear, reside en que la condición del toro debe partir de ser un «toro bueno», un «toro bravo». En este sentido, no es que nuestro torero se desvincule de las ganaderías duras a las que regularmente se ha tenido que enfrentar, y que le han mantenido profesionalmente y le han aportado éxitos, no, sino que piensa que sí las hay más regulares en el comportamiento de sus ejemplares y que garantizan, a toreros como él, «más posibilidades de triunfo». Urdiales cree que en el siglo XXI, el toro debe corresponder a lo que el público exige en las faenas. Un toro que mantenga la emoción, pero que su bravura sea actual, donde la humillación y la largura de su embestida aporte lo que el artista necesita para producir un toreo bello y profundo, como el que él mismo posee y pretende alcanzar.
Para Urdiales es definitivo que el torero consiga madurez, como artista y como persona, y que tenga muy presente el anhelo de acercarse a la perfección en su toreo, extremo al que nunca se llega pero que marca el camino. La clave del toreo completo y rematado, al que aspira Urdiales, pasa por el dominio esencial de la técnica, y, en este sentido, que llegue un momento que al torear «de tan aprendida —la técnica— desaparezca», es decir, no se vea. Consumada dicha etapa es cuando sobrevendrá lo que «uno desea», es decir, lo máximo. La cima. Así, tenemos que el toreo —para el torero de Arnedo— habita en un mundo intermedio entre lo espiritual (lo personal) y lo técnico (la destreza). El aroma y la hondura. Un toreo que se va consolidando en el campo (con las tientas), en los entrenamientos (en el salón), en las corridas y en la relación con la familia y los amigos. Un toreo que será, por lo tanto, natural (originado por la sabiduría) y cariñoso —sedoso— (como el sentido amistoso de Urdiales con los demás). Un estilo que exhibirá en la lidia de los astados, desde la observación del animal, para conducirle con el capote, enseñarle a embestir y a humillar, darle una lidia justa, la que requiera cada toro. Para torear con la muleta con la mano baja, hacia atrás, y rematar en la cadera, tras cargar la suerte, con la suavidad y largura requeridas y deseadas. Imponiendo liturgia, misterio, pellizco y cadencia. Torería antigua.